MUAC, UNAM, CdMx, 27 julio 2016
Universidad Autónoma Metropolitana-Xochimilco.
Agradezco mucho la invitación a participar en esta fiesta, espero que juntos, juntas, nos la pasemos casi tan bien como recorriendo las salas de este museo.
De quien quiera que haya sido la iniciativa de realizar esta exposición retrocolectiva, que no retrospectiva o quizá, en realidad, sea ambas cosas, de Mónica Mayer fue un acierto y me congratulo y, desde luego, el esfuerzo de la curaduría es increíble. En el espléndido catálogo, a través del ojo de la cerradura que nos ofrece Mónica Mayer en la primera página, Nuestra señora del patriarcado, podemos atisbar su largo recorrido dentro de las artes visuales tan irreverentemente como ella nos lo ofrece. Pero incluso antes de eso, la guarda de la portada la podemos desdoblar en un cartel que nos muestra a la artista en sus primeros pasos dentro del feminismo, seguramente caminando por algún lugar de California… y no creo que haya sido casual que la portada sea de color rosa. Este color nos ha sido impuesto a las niñas, a las mujeres, desde hace algún tiempo, no mucho, pero ahora nos adueñamos de él a nuestro antojo, parece que nos susurre Mónica con una sonrisa irónica.
Saqué de Internet, y como tal debe tomarse, que la revista Earnshaw's de los Estados Unidos “publicó en 1918 lo siguiente: ‘La regla generalmente aceptada es rosa para los chicos y azul para las chicas. La razón es que el rosa es un color más decidido y fuerte, más adecuado para los niños, mientras el azul, que es más delicado y refinado, es mejor para las niñas’.[1] Al parecer, no fue sino hasta después de la II Guerra Mundial que se generizaron esos colores.
En esta exposición y su catálogo nos percatamos de que Mónica ha logrado tejer de manera armoniosa arte, vida y feminismo. De esa misma manera se encuentra armado el catálogo: puentes diversos van y vienen entre estas tres esferas. En cierta medida, las tres dimensiones son fundamentales en gran parte de la obra de Mónica y en la exposición se nos ofrece un poco de ello, podemos apreciar obras en tres dimensiones, si bien la mayoría son de dos, pero en el catálogo la totalidad de su obra queda reducida a dos dimensiones. Su polifacética creación en términos de una relectura en el presente, como afirma Sol Henaro, de “producciones efímeras o experimentales que escapan frecuentemente del calificativo absoluto (arte-acción, performance, eventos efímeros, conferencias performanceadas, instalaciones participativas, etc.)” (p. 12) queda limitada a la bidimensionalidad del papel impreso. Como todo arte efímero o escénico la única manera de apreciarlo en el futuro es a través, sobre todo de la fotografía; aunque hoy en día la filmación o grabación nos pueden acercar a la obra original de manera mucho más certera que la imagen fija.
De símbolos y signos está llena su obra. Simbólica es, sin duda, la foto del cartel que cubre la portada, Mónica caminando, ha caminado kilómetros, no ha parado de caminar… y en toditas las fotos del catálogo-libro en que aparece, siempre está haciendo algo. Incluso en las que está “posando” con Maris Bustamante en dos tiempos históricos distintos, pero en la misma pose (1986 y 2007) 21 años entre una y otra foto, [veinte años no es nada! diría Gardel] ellas se encuentran en un acompañamiento, en interacción una junto a la otra, una en función de la otra, listas para la acción, y en ambas fotos sonríe.
Símbolos tales como la virgen, la bandera nacional, el tendedero, serpientes, la maternidad… pueblan su obra.
El corazón de esta retrocolectiva se puede resumir de esta forma en palabras de Karen Cordero: “Desarrollada en cercana colaboración con la artista, mediante un planteamiento conceptual y espacial que activa dispositivos museológicos tanto sincrónicos como diacrónicos, [la exposición] busca captar las pautas principales de su trabajo, resalta los cambios y continuidades, así como el resurgimiento de temas, imágenes y procesos, que contribuyen a una activación crítica del campo cultural.” (p. 31).
Muy de acuerdo con lo que afirma Andrea Giunta, Mónica quería hacer un arte feminista, esta ha sido su apuesta desde un inicio. Ahora bien, en 2004 Mónica Mayer proponía las siguientes diferencias, de acuerdo con Giunta: que hay 1) arte sobre mujeres, (el nombre lo indica todo, es simplemente el arte que se refiere a las mujeres) realizado por hombres o por mujeres; 2) arte femenino, aquel “que se asocia a ciertas categorías estéticas tradicionalmente asociadas a la mujer, como lo frágil y lo delicado” que, según Mónica lo pueden realizar hombres o mujeres; 3) arte feminista en el cual las y los artistas se asumen como feministas y realizan un arte en favor de los derechos de las mujeres (y yo digo, lo pueden realizar hombres o mujeres) y, por último, 4) arte de género realizado por artistas que no se asumen como feministas y que hasta rechazan el término (no acabo de entender en qué medida son de género entonces) (p.76). Y bien, quisiera comentar que el arte femenino es el que realizan las mujeres sea feminista o no. Me parece que es un equívoco pensar que el arte femenino es solamente aquel asociado a lo tradicionalmente femenino (lo débil, lo cursi, lo suave, o lo rosa!). Creo, insisto, en que arte femenino es todo aquel que realizan las mujeres el tradicional y conservador tanto como el crítico y feminista. Y no creo que pueda ser realizado por hombres, ellos hacen arte masculino (diverso, complejo, múltiple). Me parece fundamental que las feministas rescatemos el concepto de arte femenino como aquel que realizan las mujeres con sus especificidades en virtud de experiencias de vida distintas y lo despojemos de la connotación que se le ha querido dar, misma, por cierto que se le ha querido dar a arte de mujeres y al color rosa.
Nuevamente mencionaré a Andrea Guinta quien afirma muy atinadamente, creo yo, sobre Mónica que “el feminismo de su obra no radica tan solo en los temas que aborda, sino sobre todo en el desarrollo consecuente de lenguajes que escapan a las normas del poder artístico representado por las instituciones del arte, los curadores y la crítica de arte.” Y nos dice la autora del texto “que contra la idea de que la obra de Mayer es más política que artística”, que “es precisamente de la radicalidad de su lenguaje artístico de la que emana su fuerza política.” (p.83).
La historiadora del arte británica Griselda Pollock, feminista y marxista, escribe un hermoso texto que termina así de hermoso: “Se trata aquí, en verdad, de una vida en el arte y un arte como fuerza de la vida, una voluntad para silenciar y acabar con la violencia, para resistir lo que nos divide, para conocer lo que nos oprime y para conocernos a nosotros o nosotras mismas. Esto requiere a veces de ira, sobre todo dirigida contra el olvido o la indiferencia hacia los significados del feminismo, que transforman la vida.” (p.114).
Po otro lado, Erin McCutcheon en su texto se refiere enfáticamente a los paralelismos obvios, según él, entre Frida Kahlo y Mónica Mayer por el uso del autorretrato. Me parece que es el del autor un paralelismo fácil. Muchas artistas, muchas más de lo que podemos imaginar han recurrido profusamente al autorretrato en su obra, pensemos en Rosa Rolanda, Remedios Varo, Nahui Olin, María Izquierdo, y más, o de Europa artistas como Suzanne Valadon, Leonor Fini, Claude Cahun… son muchísimas las que han realizados autorretratos en cantidades. Podría ser acertada la idea del “uso que Mayer da al autorretrato como una subversión feminista de la identidad.” Sin embargo, la propia Mayer contradice al autor al afirmar que para ella “no se trata de una autobiografía. Sino hablar en primera persona […] no las pienso como autorretratos.” (p.131). Y creo que tiene toda la razón. Sus obras, a veces, son autorreferenciales que no es lo mismo que hacer autorretratos.
En resumen, me parece que este es un gran catálogo y les aconsejo a todas y todos que lo compren rápido antes que se acabe, ¡lo van a disfrutar mucho!!!!!!